El desierto de Atacama
Dejemos pasar el infinito del Desierto de Atacama
Raúl Zurita
Dejemos pasar la esterilidad de estos desiertos
Es largo el desierto de Atacama, la mano sudando sobre el brazo del asiento lo único que hace es confirmar hacia dónde voy, desde dónde vengo.
¿Por qué siempre me despides así? Es la fiebre, me dices, es la fiebre.
Pero tu boca febril no hace sino esconder todo aquello que quizá era una mentira más.
¿Cuánto hemos vivido lo que hemos vivido?
Nada, no ha sido nada. Hoy, ni siquiera permanece una huella sobre la arena, y es que sobre la arena del desierto nunca permanecerá una huella, nunca, ni de tu cuerpo, ni de mi cuerpo.
La última vez que pensé que no me iba y, ya ves, estoy aquí, en pleno desierto, agotada, las manos pegadas de tanto sudar al brazo del asiento y en las vías urinarias la urticaria del dolor.
La gente detestable mirándonos al despedirnos y luego la soledad en la estación del tren en Buenos Aires.
Tu mirar se me clava en los ojos como una espada, como una espada caliente.
Ese sábado teníamos encima el cansancio de un amor perezoso envolviéndonos entre las sábanas y las frazadas del Hotel Mundial, sólo el chirrido de los cables del ascensor perforaba la concentración de nuestros cuerpos, sólo ese chirrido que nos cogió como una turbulencia inesperada, ese ruido agudo, ese ruido reventándonos.
Abrázame, te rogué.
Pero tú te paraste, caminabas lentamente hacia la ducha y yo sólo te veía.
El miedo es frío.
Nos recorre desde algún centro del cuerpo y se irradia como un veneno, en pocos segundos nos cubre todas las venas y todo el pensamiento. El miedo es frío.
Aquí, en el desierto, el miedo me ha bajado la temperatura; de inmediato una mano empapada sólo es una mano fría, el jean pegado a las nalgas no existe, nada existe, sólo este frío que no sé de dónde llega.
Por la ventanilla solo arena, arena, rocas, algunos cerros grises y oscuridad, oscuridad; el sol ha desaparecido ante los movimientos bruscos, ante el dolor en el oído: solo siento oscuridad.
Me transporto al martes, ese mismo martes, las luces de neón en el cielo rojo, ese anonimato pesándome a cada instante. Me transporto, camino por Talcahuano y me pego a los escaparates para evadir esa ciudad que no me acoge.
A las dos de la mañana entro a El Ateneo y pido el libro de Pavase, cuando tengo el libro entre las manos palpo como si fuera una cuerpo su superficie lisa.
Me acerco la solapa a la boca y huelo con intensidad sus páginas abiertas, meto la nariz hasta el fondo de sus páginas abiertas.
Paso mis dedos de uñas ínfimas por la carátula, sonrío ante el cuadro de Dominique Appia, Entre les trous, ese mar invadiendo la sala, la niña de cuerpo invisible observando por la ventana un globo elevado sobre el hielo. Con la yema de mi dedo voy puliendo aún más la superficie lisa.
De pronto él me coge por la cintura y sostengo ese instante de plenitud, lo sostengo entre los hombros, lo sostengo, y exploto hacia adentro.
A las cinco de la madrugada, la camisa de jean y la chompa verde, esa sonrisa tupida y un Chesterfield entre los dedos largos. Con el cigarrillo prendido en la mano me acomodaba el cerquillo sobre la frente.
Me pregunto cinco años después: ¿si soy autodestructiva, puedo ser destructiva?, ¿si me odio, soy capaz de matar?
Cómo necesito esa mano acomodándome el cerquillo.
Rocío Silva Santisteban.
Mariposa negra, 1993.
Mariposa negra
El papel que he puesto sobre las ventanas ha quedado empañado
La humedad de su saliva sobre mis piernas, entre mis dedos
Se guarda y en pequeñas cavidades, destroza
Esto que a veces pretendo inventar.
No, amor, no basta con lamer nuestros cuerpos,
No basta con patearnos y gritar, jadear hasta pulverizarnos
No, amor,
No preguntes la hora después, no enciendas la luz, no hables, no pienses, no respires
Quieto
Deseo recorrer con mis sucias manos tu cuerpo inerte
Y sentir que mis olores te poseen, se incrustan entre tus vellos
Te deshacen.
Mi habitación rojiza se abre como una niña y espera
Pero este rojo tuyo no puede mezclarse ni sangrar, no puede
Rebajar esta brecha de tormento entre tu espacio y el mío
Tu saliva de nuevo sobre la palma de mi mano y tus ojos intentando
No amor
No basta con emitir gruñidos de animal en celo,
No basta con destrozar mi ropa en jirones al aire, no basta
Con inyectarnos veneno en este encuentro
No amor,
Cuando termino de escuchar la música que dejaste
Cuando corto un pedazo de pan y lo mastico para engañar mi furia
Cuando recorro con ojos lascivos la habitación en rojo
Y constato tu presencia en el interior de otra
Habitación vacía, cuando
Enredo entre mis dedos el ansia y la distancia
Sólo la imagen de tu sombra estirada sobre el papel fucsia permanece en mi silencio
Y una mariposa negra, presagio de la muerte, me acompaña.
Rocío Silva Santisteban.
Mariposa negra, 1993.
Lo blanco del cuerpo
Sobre las paredes celestes del cuarto
Un dibujo de cannabis en blanco
Las lágrimas en blanco se deslizan bajo los lentes
El estómago en blanco, retorciéndose
El corazón ablancado, me dejarás
Porque nunca sonreímos
Como una pareja feliz.
Te arrancaría todo lo blanco del cuerpo
Para enseñarte la herida.
Como siempre me siento al filo de la cama
El rumor de una palabra no dicha destroza todo
Llámame, muérdeme, llora un poco más
Ven
A pesar de todo no sé que tengo y quiero
Acariciarte.
Rocío Silva Santisteban.
Mariposa negra, 1993.
Pero una palabra tuya
enséñanos a que nos importe
T. S. Eliot
y a que no nos importe
Invoco tu presencia fresca, casi húmeda
Invoco tu nombre en alto y a la paciente caracola arrastrando su babosa
Invoco tus ansias, las mías, de papel, como una máscara
Tapándonos la piel
Invoco tu perdón, Señor
Una pecadora que posa sus plantas sobre las losetas del templo
Una infame pecadora y sus pequeños murmullos
Sin saber ella misma de su propia suciedad
Porque pretendo y no pretendo
Porque las sombras se cobijan bajo nuestra oscuridad
Porque veo desde lejos una luz y emprendo el camino equivocado
Invoco tu fuerza de caída, tu cadena, tu terciopelo, tu madera
Todo
Esta hebra de incienso
Esta talla de metal que no articulo
Esta gota de agua que no significo
Porque debajo de las hogueras quedan cenizas de cal, la infamia
Porque una pecadora que ofrece un ramo de flores secas
Es sólo una pecadora.
Escondo mis pies del polvo
Pero dejo huellas imborrables sobre los cuerpos de los demás.
No aprenden no aprenden no aprendo
Nada sino sonar a hueco
Cuando alguien posa sus dedos sobre mi nuca intentando una caricia
Invoco a la palabra alma y a la palabra cuerpo y les pido perdón
Invoco tu universo, mis ansias
Y todas las bendiciones que nunca me darás
Y te pido perdón
Y me pongo las botas para salir a la calle y seguir bajo el fango
Perdón.
Rocío Silva Santisteban.
Mariposa negra, 1993.
Queriendo morir
(Ann Sexton)
Si sueño con el orín cayendo desde un puente
Y vuelvo a escuchar el ruido sordo del chorro
Si sueño con la mancha de sangre
Sobre el agua
Si sueño con los trenes y su ruido monótono
De vuelta perdiéndome en Toulouse…
El pez ha dejado un rastro imperceptible en la pileta
Los niños, inocentes, quieren guardarlo
Pero lo matan…
Nunca sabrás dónde estará el pez
Nunca sabrás por qué te perdiste entre los trenes
Y en el agua
¿Qué señal buscar para aclarar algo?
¿Acaso la mancha de sangre permanece compacta
Ante la brutalidad o la inocencia?
Rocío Silva Santisteban.
Mariposa negra, 1993.
Hasta hacernos daño
Algo extraño pesa sobre mí
Escucho el mar reventando y me da miedo
Siento que de pronto alguien pondrá su mano fría
Sobre mi nuca
Sabes que si canto una canción la canto para ti
Si silbo en medio de la noche, sin duda, es mi llamada
Pero estás tan lejos que nunca la escucharás
Y cuando tengo miedo no existe la paciencia
Y si los dedos fríos se posan sobre mi nuca
El temor a no dejar nada para ti me paraliza
El amor está donde tú vas
El amor está donde tú te mueves
Donde tú lo dejas bruscamente
Abro mis brazos de largo a largo y mis pezones alumbran
Una breve luz a esta hora de la noche
Pero sólo logras confundirme
Amor de mi vida, tú me cortaste,
Tú rompiste mi cuerpo como un vidrio inútil
Y luego dejaste las astillas en la cornisa
¿No puedes ver?
¿Acaso no puedes ver?
Baja la mano con la que piensas lastimarme
Que si la extiendes y cierras los ojos
Yo la besaré.
Rocío Silva Santisteban.
Mariposa negra, 1993.
Atrévete, me dices
…porque tú te arrepientes de las cosas, ¿no?, y si te arrepientes, ¿en qué piensas?, contéstame, habla, dime algo.
La luz te abofetea y yo aguanto: aprieto fuertemente los párpados y grito, un miedo, un arrepentimiento por ti para que nunca tengas que arrepentirte de nada.
Necesito un par de golpes encima de mis párpados.
Tú tienes razón, los estertores del gozo y de la muerte se asemejan.
Un mano hinchada me derrumba sobre la cama, ésa es la mano que odio y la mano que amo. Pero en la oscuridad no puedo distinguir si es tuya, o es mía. Lo único que sé hacer es levantarme y erguir mis pechos como dos simples animales.
En esta escena no sé si lamentarme o…
Estoy soñando con árboles que me acorralan y un inmenso sueño rojo. De repente vienes con tus brazos de gigante, por atrás, pegas el cuerpo a mis nalgas y con los barrotes delante vas creando un baile aterrador.
Atrévete, me dices.
Y de tu cuerpo pintado de azul ultramarino se desprende un líquido ámbar que es mi liberación.
Siéntate conmigo, aquí, junto a mí, ven con tus dedos largos y penétrame. Eso es lo que quiero, que me beses, odiando la punta de tu lengua, odiando la punta de tu cuerpo.
Escucho la música y eres tú, odiándome y amándome como nunca.
Si vienes y me besas la mano estoy segura que lloraré.
Rocío Silva Santisteban.
Mariposa negra, 1993.
Tercer intento
(Ciudad de Lima, Cero Cero Pe Eme)
There are no one,
Santana
no tengo a nadie
Preámbulo
Sobre el ombligo mantengo aún las marcas del níquel,
En las pantorrillas el riesgo del último esfuerzo.
No puedo más, no puedo.
Pasé una hora agachada, recordando
A los viejos amigos, a las muchachas, he sentido
Vergüenza, he llorado,
Las marcas sobre el ombligo
La celulitis, las partes flácidas,
Todo
Y en mi caso no sé responder, nunca
Me prepararon para malos tiempos.
La diva me mira desde la pared, serpientes
En los senos y en las manos una intensa pose de acción.
Ay, y yo como no sus senos, sus poses, nubes
Que se ordenan en pares, dos y dos
Encima de esta maldita ciudad que nos circunda.
El show
Esta culpa es mía.
Mía la culpa de sentirme gorda y desquiciada
Con la papada al borde de la esquina
Y los callos en las manos, mi excusa.
Busco cantando una afilada hoja de afeitar
Para dar comienzo al espectáculo:
Desvestirme en silencio,
Meterme en la tina
Y rasgar con fuerza.
Primero una incisión en la pierna.
Otra para seguir probando, otra, otra,
Y entonces ya no siento,
Sumerjo la mano, el agua rosada hierve.
Veo mi pubis, el agua rosada, mis vellos, el agua
Rosada, los poros dilatados, el agua, las piernas,
Las heridas en las piernas
—perdónenme, perdónenme—
Sigo con las incisiones y ya no la hoja de afeitar
Sino el cuchillo para el pan
El pequeño verduguillo que guardé bajo la almohada
—no quiero saber nada de nada—
Entra el pequeño verduguillo como un pene, entra
Y vuelve a salir porque no aguanto, no aguanto
Y entra de nuevo y entra de nuevo y entra de nuevo.
No más.
Rocío Silva Santisteban.
Mariposa negra, 1993.
Otra canción
Tú eres mi pastor
Nada me puede faltar
Debes llevarme hacia esa vede pradera
Donde el pasto mide sólo algunos centímetros
Y su suave roce produce placer
Donde no queda ni rastro de vida humana
Ni nada que pueda perturbarme
Tú eres mi señor
Nada me debe faltar
Ni un camino recto y amplio donde transcurrir
Tranquila y sola
Ni una señal en la noche que me alumbre
No me deben faltar certezas
No me deben quedar dudas
Quítame esto que me duele sin sentir
Quítame todo lo que me enciende
El fuego que lame mi piel por dentro
Las ansias de encontrar otro final
Tú eres mi pastor
Búscame en la oscuridad
Deja que suba sobre tus hombros
Con una amplia sonrisa regresaré al rebaño
Sin memoria para lo que viví
Sin memoria para levantar la mano, alguna vez
Y arrancarte los ojos.
Rocío Silva Santisteban.
Mariposa negra, 1993.
Piojos
Me saco los piojos a las dos de la mañana
mi bata blanca se mancha de estrellas negras
sobre la silla del comedor veo un mandil
recuerdo:
una niña llena de llagas, asmática, en la puerta del colegio
esperando para siempre a su papá
me dicen que ta ta ta tan: eres una mujer de éxito
—¿sí?, ¿de verdad?, no lo creo—
quiero que salgas en el who´s who
vanidosa comento que quizás eleve mi autoestima
(es un chiste estúpido
por la noche tengo que bañarme
para dejar de llorar)
me equivoco
esos son los grandes pecados
una piojosa sale en The Perú Report
¡te envidio!— me dicen las chiquillas
las miro con compasión
hablo y engullo comida, los críticos literarios
escriben sobre la voz operística que lamenta su gordura
y no saben qué hay detrás de cada gramo de grasa
trabajo como todas, como todas me levanto
y lloro como todas alguna vez lo han hecho
como todas alguna vez lo dejaron de hacer
me saco los piojos
me rasco los sobacos
y me miro en el espejo con el vaho del baño
adherido como carca
—¡cochina!—
—deja de ser dramática—
los rituales repetidos, quizás otras
lloren por el hambre o por el cuerpo en descomposición
es absurda la frivolidad de este sufrimiento, lo sé,
estudio el sistema sexo-género
la ciudadanía y la individuación
pero más allá de mi razón
algo supura
es el moho, la carne podrida, corroída
está adentro
la cociné con paciencia
con cada error
(hay tantos nombres propios)
torpezas que escondo como los piojos
y por más que rastrillo mi cuerpo centímetro a centímetro
no encuentro aparentemente nada
nada de nada
pero están ahí, ahí están aunque no los vea
todos se esconden en esas zonas oscuras
me arden me pican me vuelven loca.
Rocío Silva Santisteban.
Las hijas del terror, 2007.