A un poeta (1888); de Rubén Darío


A un poeta

Nada más triste que un titán que llora,
Hombre-montaña encadenado a un lirio,
Que gime, fuerte, que pujante, implora:
Víctima propia en su fatal martirio.

Hércules loco que a los pies de Onfalia
La clava deja y el luchar rehúsa,
Héroe que calza femenil sandalia,
Vate que olvida la vibrante musa.

¡Quien desquijara los robustos leones,
Hilando esclavo con la débil rueca;
Sin labor, sin empuje, sin acciones
Puños de fierro y áspera muñeca!

No es tal poeta para hollar alfombras
Por donde triunfan femeniles danzas:
Que vibre rayos para herir las sombras,
Que escriba versos que parezcan lanzas.

Relampagueando la soberbia estrofa,
Su surco deje de esplendente lumbre;
y el pantano de escándalo y de mofa
Que no lo vea el águila en su cumbre.

Bravo soldado con su casco de oro
Lance el dardo que quema y que desgarra,
Que embista rudo como embiste el toro,
Que clave firme, como el león, la garra.

Cante valiente y al cantar trabaje,
Que ofrezca robles si se juzga monte;
Que su idea, en el mal rompa y desgaje
Como en la selva virgen el bisonte.

Que lo diga la inspirada boca
Suene en el pueblo con la palabra extraña;
Ruido de oleaje al azotar la roca,
Voz de la caverna y soplo de la montaña

Deje Sansón de Dálila el regazo:
Dálila engaña y corta los cabellos.
No pierda el fuerte el rayo de su brazo
Por ser esclavo de unos ojos bellos.


Rubén Darío.
Azul, 1888.

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