Entonces empezó a sentir lástima
de El viejo y el mar
Entonces empezó a sentir lástima por el gran pez que había enganchado. «Es maravilloso y extraño, y quién sabe qué edad tendrá —pensó—. Jamás he cogido un pez tan fuerte, ni que se portara de un modo tan extraño. Puede que sea demasiado prudente para subir a la superficie. Brincando y precipitándose locamente pudiera acabar conmigo. Pero es posible que haya sido enganchado ya muchas veces y que sepa que ésta es la manera de pelear. No puede saber que no hay más que un hombre contra él, ni que este hombre es un anciano. Pero, ¡qué pez más grande! y qué bien lo pagarán en el mercado, si su carne es buena. Cogió la carnada como un macho, y tira como un macho, y no hay pánico en su manera de pelear. Me pregunto si tendrá algún plan o si estará, como yo, en la desesperación.»
Recordó aquella vez en que había enganchado una de las dos agujas que iban en pareja. El macho dejaba siempre que la hembra comiera primero, y el pez enganchado, la hembra, presentó una pelea fiera, desesperada y llena de pánico, que no tardó en agotarla. Durante todo ese tiempo, el macho permaneció con ella, cruzando el sedal y girando con ella en la superficie. Había permanecido tan cerca, que el viejo había temido que cortara el sedal con la cola, que era afilada como una guadaña y casi de la misma forma y tamaño. Cuando el viejo la había enganchado con el bichero, la había golpeado sujetando su mandíbula en forma de espada y de áspero borde, y golpeado en la cabeza hasta que su color se había tornado como el de la parte de atrás de los espejos; y luego cuando, con ayuda del muchacho, la había izado a bordo, el macho había permanecido junto al bote. Después, mientras el viejo levantaba los sedales y preparaba el arpón, el macho dio un brinco en el aire junto al bote para ver dónde estaba la hembra. Y luego se había sumergido en la profundidad con sus alas azul—rojizas, que eran sus aletas pectorales, desplegadas ampliamente y mostrando todas sus franjas del mismo color. «Era hermoso», recordaba el viejo. Y se había quedado junto a su hembra.
«Es lo más triste que he visto jamás en ellos —pensó—. El muchacho también había sentido tristeza, y le pedimos perdón a la hembra y le abrimos el vientre prontamente.»
Ernest Hemingway.
El viejo y el mar, 1952.