El velorio de José María Arguedas en Andahuaylas (2004)

Yactaypiñan kachkani: ya estoy en mi pueblo

Todo estaba previsto. Las coordinaciones entre Lima y Andahuaylas habían funcionado con mecanismo de reloj. Los restos mortales de José María Arguedas iban a ser trasladados en completa reserva desde el cementerio El Ángel, de Lima, hacia Andahuaylas, su tierra natal. Y así ocurrió entre junio y julio del 2004.

El objetivo estaba trazado. José María tenía que \”volver\” a los Andes en una ruta de homenajes y ceremonias de pueblo en pueblo. Para ello se nombró dos comisiones. En Andahuaylas, el profesor y escritor Luis Rivas y el pintor Alejandro Galindo, los únicos que sabían del traslado, ruta y llegada del féretro del escritor. En Lima, el señor Marcial Gutiérrez Ludeña, entonces presidente del Club provincial de Andahuaylas.

No sabemos cómo ni quienes incubaron la idea de exhumar y trasladar el cuerpo del autor de Los ríos profundos, pero lo cierto es que las comisiones trabajaron en silencio, por no decir en secreto. Habían hecho los trámites pertinentes ante la Sociedad de Beneficencia de Lima, que administra el cementerio El Ángel. Sybila Arrendondo, viuda del escritor, al conocer el proyecto, se opuso desde Santiago de Chile, en donde reside después de haber cumplido en Perú una pena carcelaria, acusada de subversiva. Sin embargo, el tramite prosiguió y fue Nelly Arguedas, hermana de José María, quien solicitó la exhumación y traslado, que se autorizó mediante resolución del 17 de junio del 2004.

Se hizo humo

La exhumación del cuerpo de José María Arguedas se realizó el viernes 25 de junio, el mismo día en que los restos de Jorge Basadre, con todo el protocolo del gobierno y cobertura de la prensa, fue trasladado a la Tacna, su tierra, en donde su casa restaurada ha sido convertida en museo.

Nadie se dio cuenta de que un piquete de hombres extraía los restos del escritor, y quienes se percataron, habrían dicho \”un grupo de paisanos está recordando a su muerto\”.

Pero como en Lima todo se sabe, la noticia del desentierro del escritor corrió por las redacciones de la radio y televisión. Los arguedianos, los estudiosos de sus obras, alzaron su voz de protesta e indignación. Ante esa alerta, el cuerpo del autor de Todas las Sangres se hizo humo. Durante tres días, nadie supo de su paradero.

\”Han secuestrado al escritor\” —decían los arguedianos.

\”Después de ser exhumado —nos contó Galindo—, como cualquier ciudadano inocente y humilde, con orden de detención, Arguedas tuvo que pasar a la clandestinidad por culpa de los supuestos amigos arguedianos porque fueron ellos quienes alertaron a los medios de comunicación y a la policía\”.

Allí se terminó el plan secreto. Los andahuaylinos habían trazado toda una ruta de retorno del cuerpo del escritor. Primero iba a llegar a Ica, luego a Puquio, Abancay, seguir a Cusco y bajar por Sicuani hasta llegar a Andahuaylas. Es decir, una peregrinación de homenaje de pueblo en pueblo. Pero ante el aviso de los medios, la policía civil y la policía judicial, el cuerpo de Arguedas literalmente desapareció tres días en Lima. Había quienes especulaban que se hallaba en una clínica, otros que lo habían escondido en la casa de un paisano. Es entonces que se habló de un secuestro. También se decía que ya no estaba en Lima, que lo habían enviado a su tierra como una encomienda, en la bodega de un viejo ómnibus interprovincial y que eso era un vejamen al gran escritor.

\”Ante el acoso de la prensa y la persecución de la policía y el Poder Judicial, tuvimos que inventarnos estrategias para proteger y trasladar el cuerpo de José María\”, explica Alejandro Galindo.

Efectivamente. Para despistar a la policía civil y judicial, la comisión de Andahuaylinos en Lima compró pasajes para distintos días, en ómnibus interprovinciales, colectivos y, naturalmente, por avión.

Esto enloqueció un poco a la policía. Cuando iban a una empresa de transporte interprovincial figuraba el boleto, pero el pasajero no estaba en ningún lugar de la agencia. Ese asiento iba vació. Corrían a otra empresa de transporte y ocurría lo mismo. Revisaban las encomiendas en las bodegas de los ómnibus, y nada.

Con todo, Arguedas \”logró\” burlar los controles de las salidas de Lima. No se sabe cómo lo hicieron. Entre tanto la policía ya había tomado otras medidas. Carreteras y caminos de acceso a Andahuaylas estaban siendo vigilados y la orden tajante era que Arguedas y sus acompañantes debían ser detenidos y devueltos inmediatamente a Lima.

\”El féretro salió en un carro normal hasta medio camino y de allí, para subir a la puna, se hizo un transbordo a una camioneta station vagon color verde\”, refiere Galindo.

La llegada

En Andahuaylas, Lucho Rivas ya sabía la hora, 4 pm., y la carretera, la menos transitada, por donde ingresaría el féretro de Arguedas. Cuando se acercaba al puente, lugar de paso obligado de los carros, divisó a un patrullero que se hallaba estacionado. Era la orden de vigilancia y arresto impartida por la policía desde Lima.

\”Pensé que hasta allí habíamos llegado, que en la puerta del horno, como el refrán que usa vallejo, se nos quemaría el pan. De todas maneras, me acerqué para ver a los policías y ver también qué podía hacer\”, cuenta Lucho Rivas.

Cuánta seria la sorpresa de Rivas cuando vio que uno de los policías era un alumno suyo, quien, al reconocerlo, saludó con efusión a su viejo maestro. Le dijo que estaba allí por el caso Arguedas.

A Rivas no le quedó otra cosa que confesarle que él también estaba allí por lo mismo, que era parte de la comisión de recibimiento del escritor.

\”Mi alumno me dijo \”ah, bueno, profe, sabe, nosotros no hemos almorzado todavía, así que nos vamos a comer, dentro de un rato estamos de vuelta\”. Y me dejaron solo. Así pasó el cuerpo de Arguedas, libre, hacia Andahuaylas\”, narra Rivas.

La station vagon avanzó hasta las cercanías de la ciudad. Para Rivas, Arguedas no podía ingresar en silencio. No había previsto cómo anunciar desde lejos a la población sobre el arribo del escritor. Por eso detuvo a la camioneta a medio camino. Recordó que en la estación de bomberos uno de sus alumnos tenía un cargo, así que bajó y se fue en busca del hombre de rojo.

—No faltaba más, acompañamos a Arguedas, profesor —Le respondió lleno de buena voluntad su alumno.

Sin pérdida de tiempo, el bombero ordenó la salida de unidades con sus respectivas sirenas más una ambulancia que, como casi nunca lo hacen, salieron en completo silencio de la ciudad.

Eran las 5 y 40 de la tarde del día 30 de junio del 2004 cuando la población empezó a escuchar a lo lejos el ulular de las sirenas. Nadie sabía qué pasaba. La gente salía de sus casas. Se miraban entre sí. Lucho Rivas se había quedado en la ciudad para hacer la recepción, sobre todo para confeccionar una banderola y colocarla en la plaza. Bueno, esa era la idea. Estaba junto a Liceo Truyente Aréstegui, periodista y corresponsal de Radio Programas del Perú en Andahuaylas, que había ido a buscarlo para informarse. Pues en Lima ya se conocía que Arguedas estaba por llegar a Andahuaylas.

Y justo, mientras conversaban del plan de la banderola, ingresó la llamada de José María \”Chema\” Salcedo desde los micrófonos de RPP.

\”De Lima le preguntaban cuánto de verdad era que Arguedas ya había llegado a Andahuaylas y cuál era la reacción de la gente. Truyente, adoptando un realismo total, transmite que Andahuaylas está de fiesta, que la población ha salido a las calles y que en la plaza la gente ha puesto una gran banderola en la que se lee tal cosa. Pero en esa hora aún no había nada. La banderola recién se puso hora y media después\”, cuenta Rivas.

El cuerpo ingresó por el lado de Talavera. Cada vez el ulular de la sirena era más intenso. Cuando la gente se enteró de que era el cuerpo de Arguedas, ocurrió lo que dijo Truyente. Andahuaylas se convirtió en una fiesta. La policía ya se había alertado, pero no pudo hacer nada, solo custodiar la gran procesión. El féretro del escritor paseó en hombros por las principales calles de la ciudad como si fuera de un santo, para luego llevarlo a la alcaldía en donde se había instalado una capilla ardiente.

—Ordené que la retiraran y en su lugar pusieran retamas y ponchos de nogal. No pasó ni media hora cuando el salón de velatorio se llenó de retamas y aromas y ponchos de nogal. Y empezaron a llegar las ofrendas florales, pero también ofrendas de comidas: cancha y queso, chicha, mote, papas, que eran puestos debajo del pequeño féretro, —cuenta Galindo.

Retorno al vientre

—Desde esa noche —agrega—, Lucho Rivas y yo cuidamos el cuerpo, sobre todo de noche porque el ex congresista Edgard Villanueva no estaba de acuerdo con el traslado de Arguedas y amenazó con entregarlo a la policía.

Lo que siguió nosotros lo hemos visto. Yo por el diario La república y Raúl Cachay, por El comercio, fuimos testigos presenciales del velacuy (velorio) de los cinco días al escritor. La alcaldía se convirtió en un centro de peregrinación. No solo llegaban escolares de la ciudad, sino también de pueblos aledaños. Asimismo, comuneros de distintos parajes llegaban bailando, cantando al taita Arguedas. Formaban una larga cola, mismo amaru, para ingresar y dejar sus presentes. Hemos visto como niños y niñas, maktillos, con sus rostros rosaditos y agrietados, bailaban y cantaban como quien despide en la hora final a un ser querido. Arguedas era su taita. Estos cantos y bailes eran permanentes.

Hasta ahora lo recordamos. Durante los cuatro días que estuvimos allí, hasta el entierro del escritor, al pie de su féretro había un hombre flaco, de 50 años más o menos, que tocaba arpa día y noche. Si dormía, seguro que lo hacían mientras nosotros tomábamos desayuno porque a nuestra vuelta ya estaba allí, tocando y cantando hermosos toriles. Y claro, a su lado siempre una botellita de aguardiente, que era, sin duda, su mejor combustible.

Me dijo que era de las alturas de Pampachiri, pero que trabajaba en Andahuaylas vendiendo churros. Se había emocionado de ver tanta gente tras un cajón y tras enterarse de que era Arguedas, el taita, dejó todo para venir a cantarle. No lo había leído, pero sentía que se trataba de un hombre grande, como un santo y que él estaba allí para regalarle toriles.

Arguedas fue enterrado el 5 de julio. Antes de ser llevado a su tumba, en una fuente en la avenida Martinelli, fue paseado por las calles de la ciudad con cánticos y vítores. De Lima habían llegado, además de Nelly Arguedas y familiares directos, dos grandes músicos, amigos entrañables del escritor: el charanguista Jaime Guardia y el violinista Máximo Damián.

Con la música de sus amigos, José María Arguedas volvió al vientre de su tierra, la pachamama. En en mármol de su tumba, inscrito en bajo relieve se lee jubilosamente: \”Yactaypiñan Kachkani\”, es decir, \”Ya estoy en mi pueblo\”.


Pedro Escribano.
Rostros de memoria: visiones y versiones sobre escritores peruanos, 2009.

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