En el día de su cumpleaños número 9, Víctor, quien ha sido un niño ejemplar durante toda su infancia, decide cambiar radicalmente y mostrarse ante todos los invitados de su fiesta como \”un hombre\”. Publicada en 1928, Víctor o los niños al poder se convertiría en una de las obras más populares de Roger Vitrac.
Una obra que baila en el surrealismo y que se convertiría en un precedente del Teatro del Absurdo (Roger Vitrac perteneció al movimiento surrealista, aunque más tarde fue apartado del movimiento, junto a Antonin Artaud).
Personajes de niños interpretados por adultos, situaciones cómicas y fuera de lugar y la creación de un personaje (Víctor) que se muestra como un reto para quien decida interpretarlo. Compartimos las cuatro primeras escenas de la obra.
PRIMERA PARTE
CUADRO PRIMERO
Escena I
Cuarto de estar de los señores de Zaldívar.
Lilí, realizando las faenas domésticas. Víctor la persigue por todas partes.
VICTOR.-
“…bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu bajo vientre, Jesús”
LILI.-
¡Es “el fruto de tu vientre, Jesús”!
VICTOR.-
Tal vez, pero lo encuentro menos imaginativo.
LILI.-
¡Basta, Víctor! Ya he oído bastantes disparates. ¡Vas a volverme loca!
VICTOR.-
Ya lo estás.
LILI.-
Si tu madre…
VICTOR.-
¡Qué buena es mi madre! ¡Ja, ja, ja!
LILI.-
Digo que si tu madre te oyera…
VICTOR.-
Y yo digo que es buenísima. ¡Buenísima! ¡Muy, muy, muy buena! (Continúa riéndose.)
LILI.-
¿He dicho algo gracioso? No es para tanto…
VICTOR.-
¿No puedo querer a mi madre?
LILI.-
¡Víctor!
VICTOR.-
¡Lilí!
LILI.-
Hoy cumples nueve años. Ya no eres un un niño.
VICTOR.-
Entonces… ¿el año que viene ya seré todo un hombre?
LILI.-
Claro. A ver si te va entrando la sensatez.
VICTOR.-
Entonces, muy sensatamente, te llamaré “mi patatita”. (Lilí le da una bofetada.)
…Siempre y cuando accedas…, “mi patatita” (Le da otra bofetada.) …a hacer conmigo… ¡ lo que haces con los demás!. (Le da otra bofetada.)
LILI.-
¡Mocoso!
VICTOR.-
¡Te atreves a decir que no te has ido a la cama con mi padre alguna que otra vez!
LILI.-
¡Fuera de aquí si no quieres que te estrangule!
VICTOR.-
¿De verdad, chiquitina mía? ¿Estrangularías a tu chiquitín?
LILI.-
¡Nueve años! ¡Caramba con los nueve añitos!
VICTOR.-
Tu tienes esta edad multiplicada por tres, Lilí.
LILI.-
¡Cierra la boca y déjame tranquila! ¡Te lo suplico!
VICTOR.-
(Cogiendo un vaso de la mesa.). ¿Ves este vaso, Lilí…?
LILI.-
Sí, ¿porqué?
VICTOR.-
Se trata de un vaso de cristal de Baccarat. Eso es al menos lo que mi madre repite cuando llega alguna visita. Un vaso único, que pertenece a un servicio único de una colección única, etc, etc… En una palabra: vale un dineral. Debería haber comenzado por aquí… Escúchame bien: tengo nueve años, y hasta hoy me he portado ejemplarmente. No he hecho nada de lo que se me ha prohibido. Mis padres no paran de proclamarlo a los cuatro vientos: “Es un niño modélico que nos da toda clase de satisfacciones, que merece todas las recompensas, y por el que de buen grado haríamos todos los sacrificios”. Pero eso no es todo. Mi madre añade que daría toda su sangre por mí. Hasta hoy he sido efectivamente un niño irreprochable: ni he hecho una catarata con la mano para mear… como mis amigos me han recomendado…
LILI.-
¡Oh!.
VICTOR.-
…ni he metido nunca un dedo en el culito a las niñas…
LILI.-
¡Cállate, monstruo!
VICTOR.-
…como suele hacer mi amiguito Jaime Bordonava. Cuando cumpla nueve años si es valiente lo confesará… Pero yo quiero decirte, hoy, 22 de Abril, día de los santos Sotero y Cayo, que no esperaré ni un año más para convertirme en un hombre. Esto quiere decir, ni más ni menos, que estoy decidido a ser algo… ¡ya¡. Sencillamente.
LILI.-
¡Nos ha fastidiado!
VICTOR.-
Sí… algo nuevo, algo diferente. ¡Te lo aseguro como hay Dios!.
LILI.-
¡Si te oyeran!
VICTOR.-
Todavía tengo en mi mano este vaso de Baccarat… tan frágil… tan…
LILI.-
¡Víctor! ¡No irás a romperlo!
VICTOR.-
Si se cayera y se rompiera, la familia Zaldívar, de la que yo soy el último descendiente, perdería unas cincuenta mil pesetas.
LILI.-
¡No, si al final lo romperá…!
VICTOR.-
Tranquilízate, no lo voy a romper. (Coloca el vaso donde estaba.) Prefiero romper este jarrón. (Empuja un gran jarrón de Sèvres que está sobre la consola. Cae y se hace añicos.)
Bien. Ya he reventado veinte mil duros de mi herencia…
LILI.-
Pero… ¡estás loco! ¡Estás loco, Víctor! ¡Un jarrón tan bonito!
VICTOR.-
¡Un huevo! Querrás decir un huevo… ¡un huevo tan bonito!. No era un jarrón, sino un huevo… Eso me ha dicho toda la vida mi papá. Y en el interior del huevo se supone que también había un caballo, un caballito chiquitín. Pero era falso: no he visto el caballo por ningún sitio. ¿Tú has visto algún caballo?
(Imitando la voz de un padre que imita la voz de un hijo.) “¿Qué es eso, papá?” (Imitando la respuesta del padre.) “Es un huevo de caballo, un huevo de caballo… ¡gordo, muy gordo!” ¡Anda ya…!
LILI.-
¡Este niño no respeta nada! ¡Cómo es posible que hayas hecho todo este destrozo a propósito…!
VICTOR.-
¿Yo? ¿Qué es lo que he hecho yo?
LILI.-
No hagas el asno ahora. (Imitándolo.) “¿Yo? ¿Qué es lo que he hecho yo?”
VICTOR.-
Tú… Querida Lilí: tú acabas de cargarte este gran jarrón de porcelana de Sèvres…
LILI.-
¡No te fastidia! ¿Encima tienes la osadía de acusarme de lo que tú y sólo tú acabas de hacer delante de mis narices?
VICTOR.-
Sí.
LILI.-
¡Pues ni hablar! ¡Diré que has sido tú!
VICTOR.-
No te creerán…
LILI.-
¿Que no me creerán?
VICTOR.-
No.
LILI.-
¿Y porqué no van a creerme?
VICTOR.-
Ya lo verás…
LILI.-
¡Quiero que me digas el porqué!
VICTOR.-
Ya lo verás…
LILI.-
¡Pero esto es horroroso…, indigno…, repulsivo! Yo… yo no te he hecho nunca nada, Víctor, pequeño mío. ¿No he sido siempre amable contigo? ¿Acaso no te he evitado…?
VICTOR.-
Nunca me has evitado nada.
LILI.-
¡Dios del Cielo! ¿Qué te pasa? ¿Se puede saber qué tienes?
VICTOR.-
¿Que qué tengo? Tengo nueve años. Tengo un padre, una madre, una criada… Tengo un barco de guerra de juguete, con grandes velitas blancas, que cuando dispara dos cañonazos, siempre dos, regresa victoriosamente al puerto de partida. Tengo para mi uso particular un cepillo de dientes con el mango rojo. El de mi padre tiene el mango azul y el de mi madre blanco. Tengo un casco de bombero con todos los accesorios: la medalla de salvamento, el cinturón plateado y el hacha reglamentaria… Tengo hambre… Tengo la nariz intermedia: ni grande ni pequeña. Tengo unos ojos desvalidos, sin techo. Tengo las manos en los bolsillos, y no tengo ni oficio ni beneficio porque todavía soy muy pequeño…. ¡Ah! Tengo una libreta de ahorros en la que mi tía Manina ingresó cinco pesetas el día en que me bautizaron… Entre el precio de la libreta y la póliza oficial la cosa les salió por unas siete pesetas… Tuve el sarampión a los cuatro años, la escarlatina a los seis, y una operación de amígdalas a los ocho, y de todas estos contratiempos salí sano y salvo como una manzana. No he tenido ninguna otra enfermedad en toda mi vida. Tengo la vista muy fina y la mente muy despejada. Y gracias a todas estas buenas cualidades he visto cómo perpetrabas un acto reprobable y sin ningún motivo aparente. Mi familia te juzgará por ello.
LILI.-
(Lloriqueando.) No tienes derecho a hacerme esto, Víctor. No es justo. Si tuvieras algo de corazón confesarías la verdad…. Eso es lo que hacen los niños como Dios manda.
VICTOR.-
Yo no soy un niño como Dios manda, y no voy a acusarme de nada. Has sido tú la que ha roto el jarrón.
LILI.-
Muy bien, entonces. Ya lo veremos.
VICTOR.-
¿Me amenazas, eh? Pues atenta, Lilí, que me voy a cargar otro….
LILI.-
(Llorando.) ¡Oh, Dios mío, qué desgracia! ¡Un niño tan dulce, tan formal…! ¿Quién le puede haber estropeado de esta forma?
VICTOR.-
No lo comprenderías. No puedes entender nada porque eres una tonta, una estúpida, una chapucera y una viciosa. Cuando mi madre se entere del destrozo te lo reprochará a ti, a tus malas trazas… Y serás lo suficientemente imbécil como para encima pedirle perdón…
LILI.-
¡No entiendo nada!
VICTOR.-
Enseguida lo entenderás. Mira Lilí, aunque hubiera sido yo, y decidiera declararme culpable, cosa que seguramente haría de buen grado…, no me creerían. Sencillamente.
LILI.-
¿Cómo dices?
VICTOR.-
No me creerían porque no he roto un plato en mi vida. Ni un piano, ni un biberón, ni un lapicero… Nada. Tu, en cambio, ya tienes una larga lista de destrozos: el péndulo, la tetera, la botella de agua de azahar, el reloj de pared, el termómetro plateado, etcétera. Aunque yo me declarara culpable oirías decir solemnemente a mi padre: “Víctor, es muy bonito el gesto que has tenido con la criada…, pero en lo que a usted respecta, Lilí, ya puede ir haciendo las maletas y cogiendo la puerta” Y no dirían ni una palabra más para no humillarte delante de los invitados. ¿Qué quieres? Has roto el jarrón. No puedo hacer nada más. Porque, dime, ¿si no puedo ser culpable de nada como quieres que sea culpable de algo? Contesta.
LILI.-
Pero el jarrón está roto…
VICTOR.-
Justamente. Lo has pifiado tú.
(Pausa.)
Claro que también podría decirles que ha sido el caballo…
LILI.-
¿El caballo?
VICTOR.-
Sí, el famoso caballito que estaba supuestamente dentro de las tripas del jarrón, digo del huevo… Si tuviera tres años eso es lo que diría y me serviría de excusa. ¡Pero tengo nueve y soy terriblemente inteligente!.
LILI.-
¡Mierda! ¡Ahora me arrepiento de no haberlo roto de verdad!
VICTOR.-
¡Soy terriblemente inteligente! (Se acerca a Lilí imitando la voz de su padre.) “No llore, Lilí. No llore, niña mía”.
LILI.-
¿A qué juegas ahora?
VICTOR.-
“Se lo ruego, Lilí, no llore. La señora quiere ponerle de patitas en la calle, pero en esta casa el que manda soy yo. Y ya sabe, Lilí, lo mucho que la estimo… Intercederé por usted y obtendré el perdón de mi esposa… Palabra de honor”.
(La abraza.)
“La salvaré. Tenga fe en mí y espéreme en su habitación al amanecer: le llevaré la buena nueva y todo quedará olvidado. ¿Eh, pollito luminoso? ¡Pastora de las estrellas! ¡Rosa de David! ¡”Turris ebúrnea”! (Se separa de un salto y comienza a gritar con todas sus fuerzas agitando los brazos.)
¡”Ora pro nobis’! ¡”Ora pro nobis”! ¡”Ora pro nobis”! (Víctor ríe estruendosamente. Lilí habla para sí misma completamente enrabietada.)
LILI.-
¡Ah, no! ¡No, y no! ¡Me iré yo, me iré yo! Me voy ahora mismo… Este niño se ha vuelto loco…
VICTOR.-
Ya no existen niños en el mundo. Nunca los ha habido.
LILI.
¡Qué asco de casa! ¡Qué indecencia! Por eso, me voy. Ahora soy yo la que se quiere marchar. Me quiero ir y me voy. ¡Y eso que sólo tiene nueve años!
VICTOR.-
Tranquilízate, bobita. (Conciliador.) Sabes que siempre cumplo todo lo que prometo, y ahora prometo no molestarte más. Palabra. Quédate.
LILI.-
No.
VICTOR.-
Te quedarás… (Volviendo al juego de antes.) “Usted se quedará, estimada Lilí. Imagen del cielo. Cabello de gatita. Cola de todas las lunas… Debe quedarse, Lilí”.
LILI.-
¡Está bien, me quedaré! ¡Pero te vas a acordar de mí, niño mimado!
VICTOR.-
(Dándole un beso muy afectuoso.). Yo no te deseo nada malo, Lilí No te mortificaré nunca más, palabra de honor. Es que soy terriblemente inteligente, sencillamente… ¡Lástima que tú hayas sido la primera en sufrirlo! (Lilí sale llorando.)
Escena II
Víctor. (Se sienta con la cabeza entre las manos y durante un rato se queda pensativo.)
VICTOR.-
Terriblemente… inteligente.
(Pausa.)
Esta noche se me ha aparecido en sueños mi tío el Procurador en Cortes, el domador de osos en sus ratos libres. Estaba bajo el sauce del jardín, blanco como el mármol y sosteniendo entre las manos un fusil igualmente blanco. Yo me acercaba a la distancia de su mano. ¡Qué manía la suya de tocarme la frente y decir: “¡Este chico se me parece!” “¡Este chico es un Zaldívar de arriba a abajo!” De repente, he visto entre las nubes el trazo de un relámpago… El año pasado, un dieciocho de julio, nos cogió en mitad de la tormenta. Los caballos se encabritaban delante de las banderas del Palacio del Pardo.. Todo el mundo estaba alegre. Mi padre sostenía las bridas y llevaba unos guantes negros…. Anoche, en medio de la lluvia, percibí también la fugaz silueta de un rayo rosáceo… Era como el perfil que en los mapas dibujan las playas del Cantábrico… Mientras tanto, el Procurador atizaba a los osos y me testimoniaba su afecto diciéndome: “Víctor, eres terriblemente…”
(Entra Esther.)
Escena III
Víctor, Esther.
ESTHER.-
Hola Víctor. Felicidades. (Le da un beso.)
VICTOR.-
¡Ah, eres tú, Esther! Hola. (Pausa.). Gracias.
ESTHER.-
De nada.
VICTOR.-
¿De nada? ¿Entonces, porqué me deseas felicidades?
ESTHER.-
Se dice “de nada” para… quedar bien.
VICTOR.-
En mi casa dicen “no hay de qué…”
ESTHER.-
Es demasiado largo…
VICTOR.-
Mira, Esther, no te preocupes por mí. Déjame tranquilo. Cuida de tus muñecas. Domestica y acaricia a tus gatitos, ama a tu prójimo como a ti misma y sé una niña obediente y dócil mientras esperas el momento de ser una buena esposa y una buena madre.
ESTHER.-
¡Eres malo! ¡Ya no me quieres!
VICTOR.-
No lo entiendes. No lo entenderías. Eres como Lilí. Mira, hace un momento la criada ha roto este cacharro y seguramente la pondrán por eso de patitas en la calle. Por si fuera poco está empeñada en acusarme a mí.
ESTHER.-
¿Y no has sido tú?
VICTOR.-
Si hubiera sido, no andaría presumiendo…
ESTHER.-
Claro. (Pausa.) Pobre Lilí.
VICTOR.-
Déjalo. Tengo una historia todavía más bonita que contarte.
ESTHER.-
¡Oh, sí, cuéntamela, venga!
VICTOR.-
¿Conoces a Pepe Peinado? Sí, chica, aquel que va siempre corriendo de un lado para otro, que lleva una fusta de domador en la mano y que tiene una colección de serpientes… ¿Sabes quién digo? Pues anoche nos escapamos juntos.
ESTHER.-
¿Anoche? ¿Te escapaste sin Lilí?
VICTOR.-
Lilí también vino, pero nos la quitamos de encima a pedradas. No se chivará de nada por la cuenta que le trae. Estuvo esperándonos en casa de su hermana, mientras nosotros nos colamos en la función del circo Atlas.
ESTHER.-
¡Oh, Víctor, qué suerte que tienes!
VICTOR.-
Fue maravilloso… (Mientras habla imita a los comediantes.) Vimos un telón rojo lleno de mariposas. También había un hombre con la cara llena de plumas, que rodaba a los pies de una mujer montada a caballo y que llevaba un crucifijo enorme…
ESTHER.-
¿De verdad?
VICTOR.-
Y el hombre cantaba: “Tus muslos como la tarde van de la luz a la sombra. Los azabaches recónditos oscurecen tus magnolias.
Vengo a consumir tu boca y a arrastrarte del cabello en madrugada de conchas”.
ESTHER.-
¡Qué bonito!
VICTOR.-
Sí, señorita Rosales, muy bonito. Pero esto todavía no es nada… Después de la función, Pepe y yo nos fuimos por detrás del barracón y… levantamos la lona…
ESTHER.-
¿Sí? ¿Y qué visteis?
VICTOR.-
El hombre de la cara llena de plumas estaba tirado boca arriba y se bebía el pis de una cabra…
ESTHER.-
¡Oh! ¿Y la mujer?
VICTOR.-
La mujer se estaba comiendo un currusco de pan. (Largo silencio.)
ESTHER.-
Escucha, Víctor, yo también tengo que contarte una historia.
VICTOR.-
Se me hace la boca agua. ¡Cuenta, cuenta!
ESTHER.-
Se trata de tu padre… y de mi madre.
VICTOR.-
¡Vaya, vaya! Fíjate. La señora Rosales. ¡Demonio de Teresa! ¡Ji, ji, ji!
ESTHER.-
Si te ríes no te la cuento.
VICTOR.-
Es que me hace tanta gracia… ¿Tienes idea de lo que acabas de insinuar…?
ESTHER.-
¿Insinuar?
VICTOR.-
(Para sí.) Es un ángel esta niña…
ESTHER.-
Gracias. (Le da un beso.) Te lo voy a contar. Estaba en el salón, sentada en la falda de mamá y tenía en las manos unos pendientes. Me acababan de hacer estos agujeritos de las orejas, ¿sabes?. (Se los enseña.) Yo quería encender un candelabro para ponérmelos porque no se veía nada, pero mi mamá no quería encender ninguna luz en el salón. De pronto llaman a la puerta. Mamá se levanta como una bala y me tira al suelo con los pendientes y todo… “¿Es que no has oído la puerta, idiota?” Y encima me atiza una torta. La idiota era yo, claro.
VICTOR.-
¿Se quitó los anillos para pegarte la bofetada?
ESTHER.
¡Qué va! Mira, tengo la mejilla colorada todavía. Pero bueno, a lo que vamos…, abre la puerta y… ¿Quién crees que era?
VICTOR.-
Mi padre.
ESTHER.-
Justo.
VICTOR.-
“Vete a dormir”, me dice mi madre.
ESTHER.-
“No tengo sueño”, le contesto. Oye, es que siempre que viene alguien: ¡a la cama!
VICTOR.-
¿Y suele ir mucha gente a tu casa?
ESTHER.-
No, sólo tu padre de vez en cuando.
VICTOR.-
Mi padre… ¡Está todavía de buen ver, eh!
ESTHER.-
¿De buen ver? ¡Bah! (Le imita.) ¡Siempre tan afeitado…!
VICTOR.-
Querrás decir tan… desnudo, no?
ESTHER.-
¡Oh, no! Solamente lleva desnuda la cara, y las manos.
VICTOR.-
¡Mira que eres inocente! Continúa, venga…
ESTHER.-
Como siempre, me dan un libro para que me entretenga. “Hola Carlos” “Hola Teresa. ¿Dónde esta nuestro Antonio?” Papa estaba durmiendo. Se sientan en el sofá, y fíjate las cosas que oigo. Tu padre: “resa, resa, resa”… Mi madre: “Carlos, yo me adoro”, o “te adoro”, o algo por el estilo. Tu padre: “hay un bañista mudo, resa, mudo” Mi madre: “Más. más, más, dame más…” Tu padre: “He perdido la cabeza…” Mi madre: “Colorines en el horizonte…” Tu padre: “Me gusta tu pulpo, tu gran pulpo rosa…” En esto del pulpo no estoy muy segura…, y de lo demás, regular…
VICTOR.-
¿Eso es todo?
ESTHER.-
No. De pronto mi madre se echa a llorar y tu padre sale pegando un portazo.
VICTOR.-
¿Y?
ESTHER.-
Entonces se presenta mi papá en camisón de dormir. Comienza a dar vueltas por el salón diciendo: “No me encuentro nada bien, nada, pero nada bien” No paraba de decir que no se encontraba bien… “Yo tampoco, Antonio” le dice mi madre. Mamá se arrodilla a sus pies llorando. Y él va y se pone a gritar, como hace muy frecuentemente desde hace unos días: ¡Nadie tiene, ha tenido o tendrá nunca tus cojonazos, Palafox! Como el médico le ha recomendado a mi mamá que nadie le lleve la contraria, todos nos fuimos a dormir y hasta el día siguiente.
VICTOR.-
(Levantándose, afectado por un extraño delirio). ¡Qué destino el nuestro! El destino es tan frágil como un barco a la deriva…. en mitad de la tormenta del martillo, del cepillo, del membrillo, del soplillo, del calor, del valor, del sabor, del amor. A pesar de todo…del amor. Y mi padre pisoteando siempre la angustia, la locura y la soledad de algunas mujeres, prisioneras en sus pisos, esclavas de sí mismas…
(Declamando.)
Un brazo de la noche entra por mi ventana. Un gran brazo moreno con pulseras de agua. Sobre un cristal azul jugaba al río mi alma. Los instantes heridos por el reloj… pasaban. (Como presentando enfáticamente a los personajes de una tragedia.) ¡Aquí están: El Niño Terrible, el Padre Indigno, la Madre Sacrificada, la Mujer Adúltera, el Cornudo, el viejo general Palafox! ¡Viva la golondrina, el pavo, el rayo, el pájaro del paraíso, la cacatúa, la salamandra y la garza real! (Cambia de tono cuando repara en Esther, que desde hace un rato sigue la escena con la boca abierta y los ojos como naranjas.) ¡Viva Antonio!
ESTHER.-
¡Viva papá!. (Se pone a llorar.)
VICTOR.-
¡Así, eso está mejor!
ESTHER.-
(Gritando.) ¡Me das miedo, Víctor! (Se echa a llorar de una forma rotunda. Entran Carlos y Emilia Zaldívar y Teresa Rosales.)
Escena IV
Víctor, Esther, Carlos Zaldívar, Emilia Zaldívar, Teresa Rosales.
EMILIA.-
(Entrando.) ¡Carlos!
CARLOS.-
¡Presente!
EMILIA.-
(Señalando los pedazos del jarrón.) ¡El jarrón de Sèvres! CARLOS Y TERESA.- (Al mismo tiempo.) ¡Oh!
CARLOS.-
¡Víctor! ¿Quién lo ha roto?
EMILIA.-
No hace falta preguntarlo… Esto ya es el colmo. ¿Dónde está Lilí?
CARLOS.-
¿Ha sido ella?
VICTOR.-
No. Lo ha roto Esther.
TERESA.-
¿Has sido tú, Esther?
VICTOR.-
¿No ve cómo llora…?
(Entra Lilí disponiendo el servicio.)
Roger Vitrac (Pinsac, Lot, 17 de noviembre de 1899 – París, 22 de enero de 1952). Fue un poeta y dramaturgo francés. Amigo de los dadaístas y los surrealistas. Perteneció a este último grupo hasta que poco a poco fue segregado junto a Antonin Artaud (con quién fundó el Alfred Jarry Theatre, considerado el teatro más revolucionario de la primera mitad del siglo XX).
Publicó Le Faune noir, Los misterios del amor, Víctor o los niños al poder, entre otros. Su obra Los misterios del amor, es nombrada como una obra maestra del teatro surrealista y una obra clave en el teatro francés del siglo XX.
Víctor o los niños al poder, fue estrenada el 24 de Diciembre de 1928 en París, en la Comédie des Champs Élysées por el Théatre Alfred Jarry. Y la dirección corrió a cargo de Antonin Artaud.