Los poemas de Caracol de tierra, de Ámbar Past, exclaman el dolor de los que buscan y de los desaparecidos. Un libro que se dirige a poetas, suicidas, leñateros. Y que en su búsqueda constante de respuestas, o personas, nos muestra historias de ternura y sufrimiento.
Introducción
Caracol de Tierra es un libro de poesía de la escritora Ámbar Past, quien tras emigrar de Estados Unidos a México con 23 años de edad, comenzó su vida en San Cristóbal de las Casas, Chiapas. Ahí funda la editorial experimental tzotzil: Taller de leñateros.
Caracol de Tierra se publicó en 1994 y refleja el alma fuerte de Ámbar Past. En su libro recordamos a aquellos que se van por las ranuras de las hojas.
Ámbar escribe sobre una idea que está presente en las ocho partes que conforman el libro: durante la década de los 80s más de 450 000 abandonaron sus hogares en Centroamérica, huyendo de la represión militar.
Composición del libro
El libro está conformado por las siguientes partes:
- Mar inclinada
- Yayamé
- Nocturno para leñateros
- Las mujeres empiezan a buscar
- Bajo seudónimo
- El jardín de la mimosa
- Máscaras transparentes
- Dedicatorias
Munda Tostón
En el 2014 Ámbar Past publicó Munda, primera munda, primera parte de la autobiografía de Munda Tostón, en donde se hace presente esa energía que identifica su poesía.
Esa energía que es barro, una jícara que reposa en la tierra seca, el viento, los insectos, las montañas, el sol tocando los músculos, los leñateros en busca de mujeres y fuego, Yayamé, el canto a lo sensual, algo que las mujeres buscan y no son hombres y algo que los hombres también buscan y buscan y no encuentran.
Definitivamente, Ámbar Past es una voz que se ha impregnado de esa energía, de esa tempestad que es necesaria y que cuelga de un espejo. O en sus propias palabras: una creadora desnuda en el vientre del río.
Dedicatorias
1. Dedico este poema a los hombres que nunca se acostaron conmigo
a los hijos que no tuve
a los poemas que nadie escribió
2. Dedico este poema a las madres que no amaron a sus hijos
a los que murieron en hoteles
sin que nadie les acompañara
Lo dedico al autor de las pintas en los muros
Al hombre y a la mujer
al torturado anónimo
al que nunca dijo su nombre
3. Dedico este poema a los que gritan de dolor
y también a las parturientas
a los que gritan en la terminal de autobuses
en los portales del mercado
4. Lo ofrezco a los suicidas
a los poetas
que viven olvidados en alguna antología
al que lava cadáveres
a las mujeres que se acuestan con todos
a los que siempre duermen solos
5. Destino este poema a las comadres y a los compadres
que hacen el amor y se convierten en piedra
en Viernes Santo y se vuelven peces
al hombre que quiso ser zopilote
y a los que sueñan que pueden volar
6. Sacrifico ese poema al Señor de la noche Estrellada
a la Guacamaya de Fuego
al Llanto de las Moscas
a la Lluvia Verde
Al que Guarda la Miel
a la Hermandad de los Hermanos Menores
al de la Máscara que Llora
al Rugoso Caracol de Tierra
al Vertidor de los Cuatro Rincones
a los Juntadores de Corteza para Preparar el Vino Ceremonial
7. Lo dirijo al que toca la flauta y el tambor cuando van a lavar
los paños en el ojo de agua
a la que chapotea en las cascadas y se moja el pelo con agua de lirios
a la que da el pecho a su hijo en el cañaveral
a los que buscan el arcoiris en el aceite de los charcos
a los remeros que inventan el canto con sus brazos
a los que lavan el nixtamal bajo la lluvia
a las que acarrean el agua en cántaros
y caminan por la carretera
A la niña viendo luciérnagas
a la niña con el candil en la mano
a los chamacos que saltan con el rastrojo en llamas
a los que corren sobre el fuego
entierran a sus muertos en la cocina y cantan entre los escombros
al que engaña a su muerte en las camas de los moribundo
al que baja de los cerros para no quemarse con las estrellas.
Al que agarra la mano a la muerte y baila con ella
a las que tienen muchas nueras y cargan iguanas en sus cabezas
a los camaroneros divisando el cometa de madrugada
al que arremanga su camisa y pide un hacha
a la que vende tamal de bola, de mumu y chipilín
a los que cortan elote tierno para comerlo crudo
y amarran la pata del perro que roba pollo
a los que se avientan al hoyo en el entierra de un amigo
al poeta que no puede bajar del techo por estar tan enamorado
al que hace lo que puede
8. Consangro este poema a los que no frecuentan cafés
ni piscinas ni saben hablar por telefono
a los que no entran en los bancos
ni salen en la tele
a las de la primaria vespertina
que reciben declaraciones de amor con faltas de ortografía
a los poetas que nunca empezaron a escribir
a los meseros que tragan su dignidad
a las viejas que lavan ajeno
a las que no se atreven a opinar
ni a levantar la voz
a las que no pueden estar felices sin el consentimientos del macho
a los que se tiran al suelo y tragan su lengua entre la multitud
a las que duermen con sus delantales puestos
y piensan en qué hacer mientras sus maridos eyaculan
prematuramente
a las que se levantan a oscuras en galeras de palma
a las que tortean en jacales
a las que se quemó su pelo
y manchó de tizne su falda
a los que asolean chilacayotes en su tejado
y no tienen sillones
9. A los que arrullan a sus hijos en tzotzil
y traen mugre bajo sus uñas
a los pepenadores
a los que chaporrean
a los que siembran nopales y comen tortilla con sal
al sereno que también trabaja de día
a la de la chancla rota que tiende cien camas cada mañana
al viejo sin dientes que merca chicle en la playa
a los que viajan parados a la tierra del cacao
a las que traen las caras negras
y la cicatriz del llanto en su sordera.
10. Ofrendo este poema al hombre encadenado
a los niños golpeados
a los hijos de alcohólicos
a las que cuidan a las criaturas de otros y ven a las suyas cada
quincena
a la que trapea en el colegio y no sabe firmar su nombre
a las que comen en la mesa del hospicio
a los tullidos que se acurrucan junto al horno en alguna panadería
a los que atienden los baños públicos
y barren las calles al amanecer a las que bailan en cabaretes
y están hartas.
11. Brindo este poema al amasador de adobes que muere en la casa que construyó para otro
al poeta en su velorio con la boca cerrada para siempre
a los que se escaparon de noche cuando el volcán sepultó su iglesia
a los vecinos que ya enterraron a sus hijos
uno tras otro como los años que pasan
a los que han tenido que vender a sus hijos
su sangre y su sexo
a los que nada tienen que perder
12. Propongo este poema a los peones acasillados que invaden las tierras del patrón
a los que cavan túneles debajo del dinero
a los que prenden lumbre al ingeniero
a los que echan sombra y sin luna contemplan los puentes
a los niños de trece años que van arriba
y conocen mujer por primera vez en la montaña
13. Para los dos heridos, las pelonas
el tacuatzín de Olga
14. A los que nacen en países donde la verdad está prohibida por la ley
a los que han adoptado otro nombre
y llevan años sin saludar a la familia
a los que nunca durmieron en la misma cama y comparten la fosa común
15. Dedico este poema a la madre que busca a su hijo en el anfiteatro
entre otros poemas decapitados
a la que no puede decir cuál cadáver es el suyo
y se despide de cada uno con un abrazo
16. A los chuchos apaleados
17. Dedicación
Tierra
Dicen que la vela amarilla es para la tierra
y que la vela roja es para la tierra también.
Tierra, le busco para hablarle,
le busco para mi boca.
La sombra del frijol es suya.
Lo que siembra en el cielo,
que no le vaya a botar el viento.
Que no le vaya a salir una mala culebra
Que perdone mi cuerpo, lo que sabe le digo.
La mitad de sus hijos de hombre,
la mitad de sus hijos de mujer,
la mitad de los padres,
la mitad de las mujeres,
en sus uñas,
en sus dentros
en sus costados,
tienen algo que giran alrededor de los fogones.
Tienen nada en sus redes,
nada en sus morrales,
nada en sus costales.
Así no más le hablo.
Nocturno para leñateros
I
Como no encuentra mujer,
el hombre sale a cortar leña;
así ya no siente frío
y la lumbre no le hace falta.
*
Había un hombre que se enamoró de una mujer en el bosque.
Él tenía que irse y decidió dejarla embarazada,
para acordarse de que la quería.
Cuando regresó, había muchas mujeres y todas estaban embarazadas.
Ya no supo cuál era la suya.
*
Un hombre y una mujer hacían el amor en el bosque.
La mujer tenía frío; no había leña y el hombre fue a traer su machete.
Cuando regresó, todas las mujeres estaban en el bosque,
todas desnudas, todas embarazadas.
El hombre empezó a echar filo a su machete.
*
Un leñatero hace el amor con su mujer en el monte.
La mujer quiere prender una fogata pero no trae con qué cortar leña.
Él va a conseguir hacha y se olvida de su mujer.
Cuando la encuentra por casualidad ya no la reconoce
y se enamora de ella.
*
Un hombre fue a casa con su carga de leña.
No estaba la mujer, entonces no estuvo seguro de si era su casa o no.
Y salió a cortar más leña.
*
Un hombre va a casa de noche y decide cortar camino por el monte.
Una mujer lo espera bajo un árbol.
Él la abraza, la besa, engendra hijos con ella y luego se da cuenta
de que es un tronco podrido lo que tiene entre sus brazos.
*
El hombre vio una mujer en el bosque y quiso tenerla.
La mujer corrió y él corrió tras ella.
*
Ya no la alcanzó
y se dio cuenta de que estaba perdido.
Empezó a cortar árboles para salir de ahí.
*
Una mujer se escondió dentro de un árbol
y el hombre tuvo que cortar
todo el bosque para hallarla.
La encontró preñada.
*
La mujer fue con otro.
Así la leña nunca le faltaba
y jamás se apagó su fogón.
*
El hombre pegó a la mujer y ella regresó a su casa.
Los hijos se convirtieron en tuzas
y empezaron a roer las raíces de los árboles.
*
Ella era ciega y él sordo.
Ninguno de los dos se dio cuenta cuando el otro se fue.
*
Un hombre vive en el bosque perseguido por soldados.
Tiene un solo brazo y visita a su prometida
sólo cuando el camino está libre
de la nieve que muestra sus pasos.
*
El hombre no quería acostarse con todas las mujeres.
Pero no dejó en pie ni un solo pino
y ya no tiene dónde esconder su sombra.
*
Amarró un tercio de mujeres a su mecapal,
y apenas si llegó a casa.
*
Las mujeres prenden lumbre con el mango de su hacha.
—Aquí no hay árboles —dicen—,
ya no hace falta cortarlos.
*
La mujer no tiene hijos.
Siembra pinos y espera
la llegada de los leñateros.
*
Las mujeres vivían en el bosque.
Los leñateros iban allá y hacían el amor con ellas sobre la juncia.
Cuando acabaron con todos los árboles, las mujeres no tuvieron
ni en dónde hacer el amor ni leña para echar tortilla.
Los leñateros partieron hacia otros bosques.
*
Era de noche y la mujer fue a orinar al bosque.
Se asustó mucho cuando se asomó un hombre cargando machete.
El hombre se asustó más todavía que ella.
Cuando se dio cuenta de que el hombre estaba temblando, mirándola
bajo la luna con el pelo suelto, ella le dijo que se fuera.
Y el hombre huyó de ahí para contar que se le había aparecido una virgen.
*
El hombre iba de noche a solas.
Encontró una casa y una mujer que le reclamaba por haber llegado tan tarde.
Él no sabía de quién era la casa.
La mujer tampoco sabía.
*
Todavía era de noche
y encontró a su mujer en el camino.
—Vente —le decía ella,
y él la siguió hasta cansarse.
Cuando abrió los ojos,
ya era de día y estaba en su cama
con una mujer que jamás había visto antes.
*
Cuando despertó, había caído la noche
y estaba todavía en el bosque.
Lo llamaba una mujer y él la siguió por el monte.
Hasta que amaneció pudo ver bien su cara y era su mujer.
Ella también había pensado que él era otro.
*
Para ella, él era uno de los que cortaba su bosque.
Uno que dejaba hijos en todas las tierras.
Las hijas van a dar a luz.
Bajo las ceibas siembran sus placentas.
*
La mujer tejía al pie de una ceiba.
El leñatero estaba ciego y no sabía cuál árbol cortar.
—Déjame siquiera la ceiba —le pidió la mujer—,
porque a ella ato mi telar.
Le quitó el machete y se fue a parir.
*
Con machete partió el cordón.
Y con lana de ceiba vistió a sus hijas.
*
Arrullan al niño en su canoa
Lo entierran en el río
cuando deja de llorar
El niño ya no vuelve
porque jamás pisó la tierra
y no podemos volver
a donde nunca hemos caminado.
*
Las mujeres vivían en el bosque a solas,
porque no tenían hijos
ni hombres para engendrarlos.
Con el tiempo se acabó toda su ropa
y así estaban desnudas.
Prendieron lumbre al bosque para calentarse.
*
Se embarraron de hollín y bailaron sobre las brasas.
*
Sólo el humo quedó. No había leña,
ni siquiera una astilla de roble
para la cuña del hacha.
*
Las mujeres llenaron sus ollas de ceniza.
Se acostaban con hambre
entre las piedras del arroyo seco.
Dejaron de soñar.
*
Había un leñatero
que se enamoró de todas las mujeres del bosque.
Debajo de cualquier palo
abrazaba a la que se le ponía enfrente.
Ni un ratito le quedaba para hacer leña.
*
Un hombre se perdió en una arboleda de floripondios.
Había muchas mujeres y él se enamoró de todas.
Tumbaba las matas hasta que quedó sin filo su hacha.
*
Entonces las mujeres le hicieron leña
y prendieron fuego a él y a todos los árboles.
¿Tiendo esta noche nuestra cama?,
pregunta ella después de morir.
Él dice que quiere tener una culebra
con piernas de mujer.
*
El amatero se prendó de la piel de un árbol.
Se la llevó a casa.
Se tendió sobre ella para soñar.
La culebra del cuento se estiró,
tan lejos como la memoria,
tan largo como la espera.
Con gises del río trazó para sus dioses:
encantamientos,
plegarias.
*
Escribió en la corteza los nombres de su amada:
canoa de sabino que sigue el curso del agua.
Batea de ceiba donde se enjuaga los hilos.
Palo de los caminos.
Palo dulce del olvido.
Tan cerca como la muerte.
Tan corto como el último día.
*
El leñatero tardó en regresar.
Mientras le esperaba,
la mujer tejió canastas de juncia
y las llenaba con hojas que soltaba el madrón.
Cayeron todas las hojas antes de que llegara el hombre.
*
Cuando regresó el bienamado, ya era otoño.
Les traía paja y liquen a sus hijos
y canciones de la pradera.
*
A la mujer ya no la reconoció.
La confundía con todas sus hijas
y ninguna estaba embarazada.
*
No había espinas.
No nos preocupábamos del final
ni por los nombres de las cosas / la alegría,
el olor de quienes nos acarician.
No nos acordábamos de nada.
El jardín de la mimosa
Mi abuela sirve el té arriba en la casa, hace gárgaras antes de ir a la iglesia metodista mientras nosotros, mi abuelo y yo, encalamos el sótano, renovamos las brasas del calefactor, pintamos los zapatos de color amarillo.
Se baña mi abuelo y me regaña porque lo miro desnudo. Sus pliegues de piel cansada me recuerdan de un viejo elefante de color rosa. Me acaricia con su mejilla de chayote y pregunta si debe rasurarse. El sótano huele a hulla, agua caliente, cal y moho. Mi abuelo, que se llama “El gran Cid”, masca tabaco y escupe en los frascos adornados con estrellas de plata que le regalo en su cumpleaños.
Afuera en el jardín encontramos nidos de pajarillos entre la hiedra, nueces bajo el nogal. Trasplantamos un cerezo; se abre un hoyo grande y se le echa bastante agua. El hoyo es el sótano del árbol.
Mi abuelo me lleva sobre la grava en su carretilla. Me esconde entre un montón de hojas aromáticas y de maple y cuando aparezco de repente finge sorprenderse.
Llega la hora de escuchar la radio en el cuarto donde duerme mi abuelo en el sótano y veo el cuadro de un boxeador que le pintó mi tío. Mi abuelo me enseña la A la B la C con sus lentes puestos y su lápiz de carpintero.
Los domingos preparo agua de limón y subimos la montaña. Desde arriba se ve el río como culebra, el panteón de la Guerra Civil. Mi abuelo me explica todo. Me dice que hay que andar despacito y nunca meterse en los líos de otros. Me dice los nombres de los árboles en latín. Encontramos yerbabuena para nuestra agua de limón y más para sembrar en el jardín.
Mi abuelo tiene un tatuaje azul de un ancla porque era marinero y trabajaba en los muelles cargando baúles antes de que se hiciera doctor. Todavía le gusta pasar la noche junto a las vías del tren cantando con los hombres que viajan en los furgones de carga. Cuando era novio mi abuelo viajaba cuatro mil kilómetros de polizonte para pasar una tarde con mi abuela. Ahora lava los trastos con jabón tocador hasta que huelen a perfume. Cuando termina se pone su sombrero y nos vamos a la farmacia. Toda la gente saluda a mi abuelo en la calle. El dueño de la farmacia me invita a un helado y nos sentamos en la barra para platicar. Cuando se incendió la farmacia hace algunos años mi abuelo le prestó dinero para construirla de nuevo y ahora preparan las medicinas como mi abuelo les dice. Una se llama “El Ungüento del Gran Cid”. Es negro y parece chapapote. También el “Elixir para el Estómago del Gran Cid” que sabe a orozuz. La farmacia huele a vitaminas, chocolates y hule y se llama “La Farmacia inclinada” porque se encuentra frente a la estación del Tren inclinado.
Subimos la montaña en este tren que, según un letrero que me lee mi abuelo, es el tren más inclinado del mundo. Realmente son dos trenes; uno en cada extremo de un cable muy largo. Cuando un va, el otro viene. El cable se enrosca en un gran carrete de fierro dentro de una jaula. Los turistas que quieren conocer la cima compran boletos y suben en el tren inclinado y las personas que viven arriba bajan en él para ir al trabajo o de compras. Nosotros subimos en el tren pero bajamos a pie por un camino que mi abuelo conoce, que pasa por donde vivía con su mamá cuando ella cosía mandiles para pagar sus estudios. Ya no se ve más que la chimenea de piedra y los enormes rosales en flor donde antes era la cocina, porque el monte se come la casa.
Si apenas nos tardamos diez minutos en subir al mirador en el Inclinado, nos lleva el resto del domingo descender porque el camino es largo y retuerce mucho. A veces cruzamos las vías del tren o nos paramos para desarraigar alguna mata.
Todo el jardín de la casa de mi abuelo está sembrado con árboles que antes crecían en la montaña. Los maples del lado de la calle que se ponen rojos en otoño, el sicomoro con sus hojas en forma de estrellas, el capulín que tanto le gusta a los pájaros, la acacia, los helechos, las violetas, la madreselva. Sólo la exótica mimosa con sus borlas rosadas no viene de la montaña porque es de China. Mi abuelo me enseña cómo se duermen sus hojuelas cuando uno las toca.
Tengo un escondite debajo del pinabeto a un lado del porche. Sólo puedo entrar si me trepo encima del barandal junto a la puerta, y salto hasta abajo, nada más lo hago cuando mi mamá no me ve porque me ragaña. Nadie me puede encontrar en este cuarto secreto que tiene como muros las tupidas ramas del árbol por un lado y la cimentación de la casa por el otro. Hasta una ventana tiene para asomarme al sótano.
Allí mi abuelo está lavando la ropa. Tenemos una máquina con rodillo y varias pilas de agua. Se llena la máquina de agua caliente con una manguera anaranjada y luego se le echa jabón y la ropa blanca. La máquina agita la espuma hasta que se escurre al piso y entonces mi abuelo lo recoge y nos hacemos barbas blancas y nos miramos al espejo. Mi abuelo me ha hecho también una casita para jugar junto a la mimosa. Es de ladrillo rojo y tiene una puerta y dos ventanas. Adentro pintó cada pared de un color diferente, como si fueran cuartos distintos. La cocina es de color plateada. También construyó una casita para él. Es su “despacho” y allí pone su silla de dentista que es muy cómoda porque tiene una palanquita para acostarse. Allí guarda mi abuelo su maletín de doctor y sus medicinas.
A veces voy con él a ver a los enfermos. Caminamos hasta el otro lado del río donde las casas están más chicas y más pegadas. Aquí viven María Ema y su madre José que trabajan en la posada que tienen los vecinos de mi abuelo. José se baña por la mañana y por la tarde pero cuando nació María Ema tenía miedo de que se le fuera a disolver en el agua. María Ema es la única de sus bebés que vivió. María Ema y José toman agua de un bebedero que dice “de color” y no pueden lavar sus manos en el lavabo para “los blancos”. Mi abuelo es un médico con pacientes negros y pacientes blancos. A la enferma le han tapado con una sábana blanca blanca. Ven acá, hija -me dice José y me lleva afuera donde crecen las uvas. Son negras y saben a sangre y son para hacer vino. Después mi abuelo descansa en el porche y canta con José. De regreso a casa me deja cargar su maletín. Le han regalado una mata de uvas para sembrar.
Mi abuela se queja de que no tenemos dinero. Los pacientes pagan con gallinas o con jamones caseros o con cobertores acolchados que hacen con pedacitos de tela vieja.
La bebita de los chinos de la tiendita en la esquina tiene granitos en la cara. Mi abuelo la examina y pasa toda la noche hablando con el señor. A la mañana le regalan una latita de oro y laca adornada con dibujos de palacios, barcos de vela y dragones. Mi abuelo me confía que tiene té jazmín adentro. Es para mi abuela porque a ella le gustan este tipo de cosas pero mi abuela lo regaña porque cómo pudiste haber pasado la noche con esa gente. Cuando se cura la bebita de los chinos nos regalan la mimosa y mi abuelo me pregunta en dónde la vamos a plantar.
Ya no cabe nada en el jardín de mi abuelo. Está lleno de hiedra, de varas de San José, de madreselva, lirios, violetas, rosales, el cerezo, la mimosa, flores junto a la casita para jugar. El liquidámbar, el sicomoro, los maples, el nogal. Ahora mi abuelo está haciendo otro jardín en el callejón detrás de la casa y como siempre, subimos la montaña cada domingo para transplantar matas del monte.
Yo sé que algún día mi abuelo va a estar en su cama. Que me va a llamar y le voy a decir los nombres de los árboles en el jardín hasta que se duerma. Yo sé que mi abuela va a vender la casa al pastor metodista. Bien barata, porque es buena cristiana, y él la va a dividir en departamentos.
Sé que algún día voy a venir por el callejón para asomarme al jardín que ya no será de mi abuelo y ya no estarán la casita para jugar ni la mimosa. Van a arrancar el pasto y la yerbabuena y los helechos y todo lo que trajimos para sentirnos con vida.
Van a asfaltar el jardín de mi abuelo y a sembrar un letrero que dirá: “Estacionamiento por hora o por mes”. Entonces vamos a pintar los zapatos de color amarillo y vamos a subir la montaña para vivir en el panteón junto al tren inclinado.
Agua
Que no esté seca la rama
de la ceiba en el cerro.
Allí cuelga el espejo
Donde nace la tempestad.
Que no resbale la niña
Que va a llenar su cántaro.
Que no vaya a quedar su tigre
ahí en el pozo.
Las mujeres empiezan a buscar
1
Las mujeres empiezan a buscar
y en sus camas descubren
hombres que no hablan
Descubren semen y hombres mudos
Sale el esperma pero no la palabra.
Las mujeres buscan
el amor y encuentran
sólo a sus hijos.
Los hombres se llaman hijos
o amantes.
Se van a pintar la cueva
donde la mujer alumbra.
2
El hombre no duerme en cama
Durmió dentro de su madre
y ahora quisiera volver
a meterse
Los hombres buscan
a sus madres por los ríos
donde andan las mujeres
cuando dan a luz
4
Y siempre la mujer a solas
con el que no sabe amar
6
Las arañas buscan
el rocío en sus sábanas
El hombre busca sudores
y vuelve a la cueva
9
¿Cuántas veces viajé toda la noche
para pasar veinte minutos contigo
bajo las aspas del abanico
en cuartos que todavía nos esperan?
12
Nunca te dediqué ningún poema.
Sólo una vez te di un buen masaje
en un hotel sin agua.
Nunca te dediqué nada.
Ni un momento.
Sólo escuchamos unos pájaros
y ya.
13
Bajo tortura admito que ya no te quiero.
Bajo tortura que ya no me gustas.
Bajo tortura que ya me voy
lejos de tus brazos que no me buscan.
Ni bajo tortura digas que me quieres.
18
Las mujeres buscan en sus camas
algo que no es hombre,
Ni mujer
Algo que los hombres tampoco encuentran.
Biografía de Ámbar Past
Ámbar Past (Durham, Carolina del Norte, EE.UU, 22 de Noviembre de 1949) poeta, narradora y ensayista de ascendencia polaca y cherokee.
Ha escrito Yayamé, Mar inclinada, Nocturno para leñateros, The Sea on Its Side, El bosque de los colores, Caracol de tierra, Dedicatorias, La fe, La señora de Ur, Cuando era hombre, Caracol de aire, Huracana, entre otros.
En 1966 emigra a México (con 23 años). En 1975 funda la editorial maya tzotzil Taller Leñateros y la revista La jícara. A los 36 años adquiere la nacionalidad mexicana.
Su poesía ha sido traducida y difundida en japonés, tsotsil maya, polaco, inglés, serbocroata, italiano y francés.